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jueves, 23 de octubre de 2014

La bruja

La bruja


brujaEscazú, la ciudad de las brujas, se encuentra sobre la falda de los cerros de Alajuela, como si hubiera venido rodando desde arriba con su pedregal y sus guaridas...
Allí, en una casa blanca con una puerta azul, en compañía de cinco perros, vivía la bruja Elvira.
Según cuentan los vecinos, fue muy bonita y se casó cuando aún era una niña con un joven del lugar. Formaban una hermosa pareja y vivieron muchos años felices, hasta que un día, el joven esposo salió como de costumbre para su trabajo y no volvió nunca más.
Miles de suposiciones se hicieron los pobladores de la ciudad, pero un profundo misterio rodeaba la extraña desaparición del muchacho.
Elvira buscó sin descanso a su marido y como no conseguía saber nada de él, comenzó a consultar a hechiceros y adivinos como último recurso.
Poco a poco fue conociendo las artes de unos y de otros y sin darse cuenta aprendió el oficio hasta terminar por ejercer, con mucha sabiduría, el arte de la brujería.
Pese a todo nunca logró saber nada de su querido esposo.
Pasó el tiempo, Elvira se fue acostumbrando a vivir sola, con la única compañía de sus recuerdos más queridos y sus cinco perros.
Pronto se corrió la voz de que Elvira, la bruja, como habían empezado a llamarla, sabía curar los males del cuerpo y del alma y así fue como empezaron a llegar los vecinos en busca de alivio para sus dolores.
Una tarde calurosa del tercer mes del año, una muchacha de ojos color café golpeó con sus nudillos la puerta azul de la casa blanca.
- ¿Quién llama? – preguntó la bruja.
- Déjeme entrar, doña – rogó la joven.
La bruja abrió la puerta y se encontró con la imagen viva de la desesperación.
- ¿Qué tienes, hija?
- ¡Ay doña, me quiero morir! – respondió la joven mientras se retorcía las manos nerviosa.
- Cuéntame, a ver si te puedo ayudar – la animó Elvira.
- Mire doña…, estoy de novia con un joven hace ya unos meses y… al principio nos llevábamos bien, pero ahora no sé qué le pasa, cada vez se aleja más de mi como si no me quisiera más. Yo lo quiero mucho y quiero pedirle algo para enamorarlo.

La bruja se dirigió hacia un gran aparador muy antiguo y lleno de frascos, libros viejos, estatuillas raras y bichos embalsamados y en un viejo cofre de cedro se dispuso a buscar el talismán que le daría la felicidad. Ahí estaban la piedra del venado, el ojo de buey, los muñecos de cera y en unos frascos de barro el agua serena donde se bañaban por las noches los pájaros del buen agüero.
La bruja cerró el cofre y mirando a la muchacha que estaba tan desarreglada le pidió que se acercara al cuarto donde estaba la tina. Le llevó agua caliente de la cocina y allí le pidió que se sacara la ropa.
- Me da vergüenza – exclamó la joven
- No debes temer, puedo ser tu madre – dijo la bruja
La bañó con el agua serena y mientras deshojaba flores de platanillo y las arrojaba al agua decía:
- Cegua, recegua, nariz de manegua. – Una y otra vez repetía lo mismos mientras le derramaba el agua sobre los hombros y la cabeza.

Cuando terminó el baño, la bruja cubrió con un gran lienzo a la joven y sentada sobre un taburete, le cepilló y peinó su largo cabello. Le hizo dos hermosas trenzas y le colocó una flor sobre la oreja izquierda. La ayudó a ponerse una túnica que tenía de cuando ella era más joven y con una palmada la despidió.
- ¿Y el hechizo doña? – preguntó la joven
- El hechizo eres tú – respondió la bruja poniéndola frente a un espejo.

La muchacha miró sorprendida y comprendió. Estaba muy alegre. Un beso fue todo el pago y se alejó feliz.
Escazú era un pueblo pequeño, y como en los pueblos pequeños todo se sabe. Y se supo que hubo una boda con una gran fiesta donde una muchacha de ojos color café se casó con un joven del lugar.

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